jueves, 8 de octubre de 2009

Yo también te soñé en la vigilia un sucedido.
Sucedió que tus manos eran hojas, hojas blancas de árboles inmensos que se escribían solas; mientras el viento de septiembre te atravesaba como a la tela de una sábana blanca secándose al sol las historias que te pasaban se iban quedando, y en el dorso de tus hojas se iban escribiendo con la sombra gris de las nervaduras. Eras un árbol inmenso y antiguo y sabio lleno de palabras, de palabras irremediablemente destinadas a caer y ser suelo, abono de mis pies que ya eran, recién ahí lo supe, raíces de un naranjo muy verde y muy naranja y muy abierto de brazos al sol de las cuatro y media.